De terror

03/May/2011

El País, Gerardo Sotelo

De terror

3-5-2011 GERARDO SOTELOEs cierto, el mundo será mejor sin Osama bin Laden. O al menos debería serlo, porque a decir verdad, el terror parece ir ganando por goleada. Por lo pronto, sus discípulos y émulos, tan insanos como él, andan sueltos, amenazando con lanzar una bomba atómica o lo que sea que tengan, sobre alguna ciudad europea. La idea es descabellada por cuanto Europa es el lugar de residencia de millones de árabes musulmanes, cuya presencia resulta lo suficientemente amenazadora como para que buena parte de la población reviva las desteñidas banderas del nacionalismo xenófobo.¿Qué piensan los dirigentes de Al Qaeda que ocurrirá con sus hermanos luego de semejante promesa? Nada de lo que deba preocuparse un buen mujaidín, pensarán los líderes yijadistas, al menos en la versión altersuicida del Islam con que reclutan a cientos de jóvenes musulmanes desterrados y pobres.Probablemente el mundo será mejor sin Osama bin Laden y Muamar Gadafi, pero para eso será necesario que los países en los que reina el Estado de Derecho se comporten de una manera diferente a la de los tiranos a los que combate. ¿Cómo explicar a un auditorio arabo-musulmán el bombardeo por parte de la OTAN de una residencia del líder libio, en el que murió parte de su familia incluyendo a tres de sus nietos? ¿No estaban allí para proteger a la población civil? ¿En qué parte del mandato se les encomendaba la misión de derrocar al presidente y asesinar a su familia?Condenar las masacres promovidas por un terrorista fanático y sus células suicidas es muy fácil, sobre todo si se tiene en cuenta que sus víctimas no son principalmente combatientes enemigos sino ciudadanos inocentes. Pero ¿qué pasa cuando son los líderes de las potencias occidentales, de gobiernos democráticos y presuntamente comprometidos con el derecho internacional, quienes arremeten a sangre y fuego?A poco de conocerse el resultado del operativo que terminó con la vida de Osama bin Laden, la televisión estadounidense sondeaba la reacción de los familiares de las víctimas del 11-S, como si la acumulación de horror y dolor pudiera legitimar los procedimientos con los que se consuma la venganza.Cuando se callaron los aviones de la Alianza Atlántica y los rifles de asalto de las tropas de elite, debieron hablar los expertos en derecho internacional, las organizaciones de derechos humanos, líderes políticos comprometidos con una diplomacia global basada en el entendimiento de los pueblos y en la resolución pacífica de las controversias, o al menos los partidarios de la tesis tradicional del derecho, que sostiene que hasta los criminales sanguinarios como Osama bin Laden o Muamar Gadafi, tienen derecho a un juicio justo. Quizás la derrota de bin Laden habría sido más contundente si sus captores lo hubieran sometido a un juicio más o menos justo, y peor aun si la muerte lo hubiera encontrado en una prisión de máxima seguridad, viejo y olvidado.Barack Obama dijo que “el mundo es un lugar más seguro” tras la muerte de bin Laden, pero nadie le creyó. Por ahora, el terror sigue ganando por goleada.